viernes, 24 de febrero de 2012

Vindicación de Cuba y dignidad martiana, legado imprescindible para los cubanos



Claudia Rodríguez León


Foto tomada de la Internet

Cuando leí, en Tribuna de la Habana, que entre los mercenarios fotografiados junto a funcionarios de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana (SINA) se encuentran Oscar Elías Biscet, quien acaba de solicitar una intervención militar norteamericana, contra nuestro país, al Congreso de EE.UU. También se destacaba el apátrida Antonio Rodiles, en cuya casa sesiona -en compañía de funcionarios estadounidenses- el “espacio alternativo” Estado de SATS.
Pero hay mas, según el diario de la capital cubana: “Cuando la corresponsal de Televisión Española en Cuba, Sagrario Mascaraque, o sus colegas de las agencias AFP y EFE hablen de detenciones y hostigamientos sin presentar otra prueba que lo que le cuenten estos mismos individuos, no habrá espacio para abordar sus vínculos con la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana. Tampoco se dirá que la madre de Orlando Zapata Tamayo - el recluso sancionado por delitos comunes que fue inducido a la muerte por personas como estas y cuyo fallecimiento se pretende celebrar este miércoles- se fotografía en Miami junto al connotado terrorista Luis Posada Carriles y se siente traicionada porque no ha obtenido lo que le prometieron al arribar Estados Unidos”.
Tribuna de la Habana, refutó con pruebas contundentes: “Como hicieron antes con las pruebas, reveladas por Wikileaks, de los vínculos financieros de las Damas de Blanco con el gobierno norteamericano; los representantes en La Habana de esos poderosos medios de comunicación, tan atentos siempre a cualquier rumor que hable de corrupción en Cuba, callarán cualquier referencia al escándalo que se acaba de destapar alrededor de la “líder” de esa agrupación, Berta Soler, y el dinero que recibe desde Miami”.
Esta posición tan abiertamente anexionista me obliga a retomar las palabras de nuestro José Martí, en su carta inconclusa al amigo mexicano Manuel Mercado y en cuyo fragmento (que cito) deja claro que: “Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos, —como ese de Vd. , y mío,— más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino, que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal q. los desprecia, —les habrían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato y de ellos. Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas;— y mi honda es la de David. Ahora mismo; pocos días hace, al pie de la victoria con que los cubanos saludaron nuestra salida libre de las sierras en que anduvimos los seis hombres de la expedición catorce días, el corresponsal del Herald, q. me sacó de la hamaca en mi rancho, me habla de la actividad anexionista, menos temible por la poca realidad de los aspirantes, de la especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba, contenta sólo de que haya un amo, yankee o español, que les mantenga, o les cree, en premio de su oficio de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante, —la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país,— la masa inteligente y creadora de blancos y negros. Y de más me habla el corresponsal del Herald; Eugenio Bryson: —de un sindicato yankee,— que no será, —con garantía de las Aduanas, harto empeñadas con los rapaces bancos españoles pª q. quede asidero a los del Norte,— incapacitado afortunadamente, por su entrabada y compleja constitución política, para emprender o apoyar la idea como obra del gobierno. Y de más me habló Bryson, —aunque la certeza de la conversación que me refería, sólo la puede comprender quien conozca de cerca el brío con que hemos levantado la revolución,— el desorden, desgano y mala paga del ejército novicio español, —y la incapacidad de España pª allegar, en Cuba o afuera, los recursos contra la guerra q. en la vez anterior sólo sacó de Cuba:— Bryson me contó su conversación con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender este q. sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los E. Unidos a rendir la Isla a los cubanos: —Y aún me habló Bryson más: de un conocido nuestro, y de lo q. en el Norte se le cuida, como candidato de los Estados Unidos, pª cdo. el actual presidente desaparezca, a la presidencia de México. Por acá, yo hago mi deber. La guerra de Cuba, realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas a que sólo daría relativo poder su alianza con el gobierno de España, ha venido a su hora en América, para evitar, aún contra el empleo franco de todas esas fuerzas, la anexión de Cuba a los Estados Unidos, que jamás la aceptarán de un país en guerra, ni pueden contraer, puesto que la guerra no aceptará la anexión, el compromiso odioso y absurdo de abatir por su cuenta y con sus armas una guerra de independencia americana”.

Es difícil permanecer callado en circunstancias que obligan a retomar, con más fuerza, hoy 24 de febrero, el reclamo de libertad para los Cinco Héroes cubanos prisioneros en cárceles norteamericanas por evitar acciones terroristas contra Cuba, realizadas desde una plataforma operativa territorial con base en los Estados Unidos y con el apoyo logístico, financiero y armados por grupos de la mafia cubano-americana que tienen representantes en el mismísimo Congreso del gobierno estadounidense.
Para los mercenarios pagados por el gobierno de Washington (a través de la SINA)y recordaba que hablar de Cuba en términos peyorativos resulta fácil. Solo tienes que escribir una docena de líneas en las cuales describas los problemas _provocados por el bloqueo estadounidense_, que enfrentamos los cubanos, desde enero de 1959, hasta la fecha, y las

“aderezas” con toda la mala intención (claro está) a partir de la referencia de las dificultades materiales, medicamentos, alimentos, vivienda, transporte…, contadas desde el lado oscuro de la conciencia: esa parte que no guarda nada de la dignidad necesaria para identificarse con la memoria histórica de nuestra nación y estará listo para consumir en forma de avalancha de mentiras que publican Radio y TV Martí, y todas las agencias (incluso europeas) al servicio del imperialismo. Esas agencias que esperan los “despachos” de sus blogueros contrarrevolucionarios con el propósito de hacerlos rebotar como si fuesen pelotas de pin pon sobre el globo terrestre. A partir de entonces, cualquier mentira amplificada podría, fuera de Cuba, tratar de confundir.
Los cubanos hemos demostrado, en el proceso de debate nacional previo al VI Congreso del Partido y luego en la Conferencia Nacional que respetamos la diversidad de puntos de vista y argumentos en relación con cualquier tema de interés nacional, pero en el sentido común de buscar soluciones para erradicar los problemas y aportar un mayor esfuerzo para defendernos de las agresiones de la Casa Blanca.
No podemos olvidar que la campaña mediática contra Cuba no comenzó con el triunfo del Ejército Rebelde, sino mucho antes, desde que se alzaron las primeras voces libertarias, cuando ya se movían las voces antiimperiales, ante la posible ocupación de nuestra Patria por la vecina nación del Norte.
Invito a reflexionar en lo que pensaban los cubanos, en aquel mediodía del día 1ro. de enero de 1899, cuando _sobre la fortaleza del Castillo de los Tres Reyes del Morro_, caía la bandera española que, durante casi tres siglos, provocó la muerte de 387 000 cubanos al finalizar la guerra de 1895. Este fue el precio de cruentos años de lucha impuestos por la metrópoli española.
Aquella tarde, nuestro país empobrecido perdía las esperanzas libertarias ganadas en el fragor del combate en la manigua frente a las tropas de ocupación españolas. Minutos después subía al mástil una tela de barras rojas y estrellas sobre fondo azul: la bandera de los Estados Unidos de América”.
Esta referencia es importante para no olvidar ¿por qué pelearon nuestros abuelos y padres, mujeres y hombres cubanos, en desigual enfrentamiento contra un ejército alimentado y apertrechado. Porque, perder la memoria histórica, nos haría renunciar a la evocación del pensamiento del presbítero Félix Varela y Morales. Mucho menos podríamos hablar de Martí, Maceo o de Carlos Manuel de Céspedes, por aquel 10 de octubre de 1868.




Precisamente por esta razón, hoy 24 de febrero, expongo la carta enviada por José Martí a un periódico estadounidense y bajo el título: vindicación de Cuba.


"Sr. Director de The Evening Post.
Señor:
Ruego a usted que me permita referirme en sus columnas a la ofensiva critica de los cubanos publicada en The Manufacturer de Filadelfia, y reproducida con aprobación en su número de ayer.
No es éste el momento de discutir el asunto de la anexión de Cuba. Es probable que ningún cubano que tenga en algo su decoro desee ver su país unido a otro donde los que guían la opinión comparten respecto a él las preocupaciones sólo excusables a la política fanfarrona o la desordenada ignorancia. Ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter. Hay cubanos que por móviles respetables, por una admiración ardiente al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado desconocimiento de la historia y tendencias de la anexión, desearían ver la Isla ligada a los Estados Unidos. Pero los que han peleado en la guerra, y han aprendido en los destierros; los que han levantado, con el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en el corazón de un pueblo hostil; los que por su mérito reconocido como científicos y comerciantes, como empresarios e ingenieros, como maestros, abogados, artistas, periodistas, oradores y poetas, como hombres de inteligencia viva y actividad poco común, se ven honrados dondequiera que ha habido ocasión para desplegar sus cualidades, y justicia para entenderlos; los que, con sus elementos menos preparados fundaron una ciudad de trabajadores donde los Estados Unidos no tenían antes más que unas cuantas casuchas en un islote desierto; ésos, más numerosos que los otros, no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos. No la necesitan. Admiran esta nación, la más grande de cuantas erigió jamás la libertad; pero desconfían de los elementos-funestos que, como gusanos en la sangre, han comenzado en esta República portentosa su obra de destrucción. Han hecho de los héroes de este país sus propios héroes, y anhelan el éxito definitivo de la Unión Norte-Americana, como la gloria mayor de la humanidad; pero no pueden creer honradamente que el individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el júbilo prolongado de una victoria terrible, estén preparando a los Estados Unidos para ser la nación típica de la libertad, donde no ha de haber opinión basada en el apetito inmoderado de poder, ni adquisición o triunfos contrarios a la bondad y a la justicia. Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting.

No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que a The Manufacturer le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio, que, junto con los demás pueblos de la América española, suelen pintar viajeros soberbios y escritores. Hemos sufrido impacientes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres, y algunas veces como gigantes, para ser libres; estamos atravesando aquel periodo de reposo turbulento, lleno de gérmenes de revuelta, que sigue naturalmente a un periodo de acción excesiva y desgraciada; tenemos que batallar como vencidos contra un opresor que nos priva de medios de vivir, y favorece, en la capital hermosa que visita el extranjero, en el interior del país, donde la presa se escapa de su garra, el imperio de una corrupción tal que llegue a envenenarnos en la sangre las fuerzas necesarias para conquistar la libertad. Merecemos en la hora de nuestro infortunio, el respeto de los que no nos ayudaron cuando quisimos sacudirlo.

Pero, porque nuestro gobierno haya permitido sistemáticamente después de la guerra el triunfo de los criminales, la ocupación de la ciudad por la escoria del pueblo, la ostentación de riquezas mal habidas por un miríada de emplearlos españoles y sus cómplices cubanos, la conversión de la capital en una casa de inmoralidad, donde el filósofo y el héroe viven sin pan junto al magnífico ladrón de la metrópoli; porque el honrado campesino, arruinado por una guerra en apariencia inútil, retorna en silencio al arado que supo a su hora cambiar por el machete; porque millares de desterrados, aprovechando una época de calma que ningún poder humano puede precipitar hasta que no se extinga por si propio, practican, en la batalla de la vida en los pueblos libres, el arte de gobernarse a si mismos y de edificar una nación; porque nuestros mestizos y nuestros jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando bajo el guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo, ¿se nos ha de llamar, como The Manllfacturer nos llama, un pueblo "afeminado"? Esos jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el producto de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo mientras retenía sus buques el país de los libres en el interés de los enemigos de la libertad, obedecer como soldados, dormir en el fango, comer raíces, pelear diez años sin paga, vencer al enemigo con una rama de árbol, morir --estos hombres de diez y ocho años, estos herederos de casas poderosas, estos jovenzuelos de color de aceituna- de una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubierta; murieron como esos otros hombres nuestros que saben, de un golpe de machete, echar a volar una cabeza, o de una vuelta de la mano, arrodillar a un toro. Estos cubanos "afeminados" tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln.

Los cubanos, dice The Manufacturer, tienen "aversión a todo esfuerzo", "no se saben valer", "son perezosos". Estos "perezosos" que "no se saben valer", llegaron aquí hace veinte años con las manos vacías, salvo pocas excepciones; lucharon contra el clima; dominaron la lengua extranjera; vivieron de su trabajo honrado, algunos en holgura, unos cuantos ricos, rara vez en la miseria: gustaban del lujo, y trabajaban para él: no se les veía con frecuencia en las sendas oscuras de la vida: independientes, y bastándose a sí propios, no temían la competencia en aptitudes ni en actividad: miles se han vuelto, a morir en sus hogares: miles permanecen donde en las durezas de la vida han acabado por triunfar, sin la ayuda del idioma amigo, la comunidad religiosa ni la simpatía de raza. Un puñado de trabajadores cubanos levantó a Cayo Hueso. Los cubanos se han señalado en Panamá por su mérito como artesanos en los oficios más nobles, como empleados, médicos y contratistas. Un cubano, Cisneros, ha contribuido poderosamente al adelanto de los ferrocarriles y la navegación de ríos de Colombia. Márquez, otro cubano, obtuvo, como muchos de sus compatriotas, el respeto del Perú como comerciante eminente. Por todas partes viven los cubanos, trabajando como campesinos, como ingenieros, como agrimensores, como artesanos, como maestros, como periodistas. En Filadelfia, The Manufacturer tiene ocasión diaria de ver a cien cubanos, algunos de ellos de historia heroica y cuerpo vigoroso, que viven de su trabajo en cómoda abundancia. En New York los cubanos son directores en bancos prominentes, comerciantes prósperos, corredores conocidos, empleados de notorios talentos, médicos con clientela del país, ingenieros de reputación universal, electricistas, periodistas, dueños de establecimientos, artesanos.

El poeta del Niágara es un cubano, nuestro Heredia. Un cubano, Menocal, es jefe de los ingenieros del canal de Nicaragua. En Filadelfia mismo, como en New York, el primer premio de las Universidades ha sido, más de una vez, de los cubanos. Y las mujeres de estos "perezosos", "que no se saben valer", de estos enemigos de "todo esfuerzo", llegaron aquí recién venidas de una existencia suntuosa, en lo más crudo del invierno: sus maridos estaban en la guerra, arruinados, presos, muertos: la "señora" se puso a trabajar; la dueña de esclavos se convirtió en esclava; se sentó detrás de un mostrador; cantó en las iglesias; ribeteó ojales por cientos; cosió a jornal; rizó plumas de sombrerería; dio su corazón al deber; marchitó su cuerpo en el trabajo: ¡éste es el pueblo "deficiente en moral"!

Estamos "incapacitados por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía de un país grande y libre". Esto no puede decirse en justicia de un pueblo que posee -junto con la energía que construyó el primer ferrocarril en los dominios españoles y estableció contra un gobierno tiránico todos los recursos de la civilización- un conocimiento realmente notable del cuerpo político, una aptitud demostrada para adaptarse a sus formas superiores, y el poder, raro en las tierras del trópico, de robustecer su pensamiento y podar su lenguaje. La pasión por la libertad, el estudio serio de sus mejores enseñanzas; el desenvolvimiento del carácter individual en el destierro y en su propio país, las lecciones de diez años de guerra y de sus consecuencias múltiples, y el ejercicio práctico de los deberes de la ciudadanía en los pueblos libres del mundo, han contribuido, a pesar de todos los antecedentes hostiles, a desarrollar en el cubano una aptitud para el gobierno libre tan natural en él, que lo estableció, aun con exceso de prácticas, en medio de la guerra, luchó con sus mayores en el afán de ver respetadas las leyes de la libertad, y arrebató el sable, sin consideración ni miedo, de las manos de todos los pretendientes militares, por gloriosos que fuesen. Parece que hay en la mente cubana una dichosa facultad de unir el sentido a la pasión, y la moderación a la exuberancia. Desde principios del siglo se han venido consagrando nobles maestros a explicar con su palabra, y practicar en su vida, la abnegación y tolerancia inseparables de la libertad. Los que hace diez años ganaban por mérito singular los primeros puestos en las Universidades europeas, han sido saludados, al aparecer en el Parlamento español, como hombres de sobrio pensamiento y de oratoria poderosa. Los conocimientos políticos del cubano común se comparan sin desventaja con los del ciudadano común de los Estados Unidos. La ausencia absoluta de intolerancia religiosa, el amor del hombre a la propiedad adquirida con el trabajo de sus manos, y la familiaridad en práctica y teoría con las leyes y procedimientos de la libertad, habituarán al cubano para reedificar su patria sobre las ruinas en que la recibirá de sus opresores. No es de esperar, para honra de la especie humana, que la nación que tuvo la libertad por cuna, y recibió durante tres siglos la mejor sangre de hombres libres, emplee el poder amasado de este modo para privar de su libertad a un vecino menos afortunado.

Acaba The Manufacturer diciendo "que nuestra falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la apatía con que nos hemos sometido durante tanto tiempo a la opresión española", y "nuestras mismas tentativas de rebelión han sido tan infelizmente ineficaces, que apenas se levantan un poco de la dignidad de una farsa". Nunca se ha desplegado ignorancia mayor de la historia y el carácter que en esta ligerísima aseveración. Es preciso recordar, para no contestarla con amargura, que más de un americano derramó su sangre a nuestro lado en una guerra que otro americano había de llamar "una farsa". ¡Una farsa, la guerra que ha sido comparada por los observadores extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un pueblo, el abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer momento de la libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestras propias manos, la creación de pueblos y fábricas en los bosques vírgenes, el vestir a nuestras mujeres con los tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años de esa vida, a un adversario poderoso, que perdió doscientos mil hombres a manos de un pequeño ejército de patriotas, sin más ayuda que la naturaleza! Nosotros no teníamos hessianos ni franceses, ni Lafayette o Steuben, ni rivalidades de rey que nos ayudaran: nosotros no teníamos más que un vecino que "extendió los límites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo" para favorecer a los enemigos de aquellos que peleaban por la misma carta de libertad en que él fundó su independencia: nosotros caímos víctimas de las mismas pasiones que hubieran causado la caída de los Trece Estados, a no haberlos unido el éxito, mientras que a nosotros nos debilitó la demora, no demora causada por la cobardía, sino por nuestro horror a la sangre, que en los primeros meses de la lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por una confianza infantil en la ayuda cierta de los Estados Unidos: "¡No han de vernos morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo libre al mundo!" Extendieron "los límites de su poder en deferencia a España". No alzaron la mano. No dijeron la palabra.

La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren volver. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de hombres han muerto después de la guerra en el misterio de las prisiones. Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o la ocasión de una burla para The Manufacturer de Filadelfia."


Soy de usted, señor Director, servidor atento. José Martí.
Artículo "Vindicación de Cuba"¹. Publicado por "The Evening Post" de Nueva York el 25 de marzo de 1889. Tomo 1. Páginas 236 a 237. [La nota de introducción y la carta "Vindicación de Cuba" los escribió Martí en respuesta a los artículos "¿Queremos a Cuba?", publicado en The Manufacturer, de Filadelfia, y "Una opinión proteccionista sobre la anexión de Cuba", publicado en The Evening Post, de New York. Consideró Martí tan importante dar a conocer dichos artículos que los publicó con su respuesta en un folleto editado en "El Avisador Americano", Publishing Co, 46 Vesey Street, 1889 con el título "Cuba y los Estados Unidos."]