Claudia Rodríguez León
Foto tomada de Cubadebate e Internet
Sumario: Más de dos millones de alumnos y 2 000 educandos con discapacidad visual
forman parte de esta oleada que entra a los planteles docentes con todas las
garantías de un Estado capaz de priorizar la formación de valores y el derecho
a la instrucción de todo el pueblo.
No por tradicional y esperado deja de ser un hermoso
suceso el inicio de cada nuevo curso escolar en Cuba. En las calles, desde
horas tempranas, se refleja en el rostro de los que comienzan esa alegría
indiscutible de quienes formarán parte de los cientos de miles de estudiantes
en todos los niveles de la enseñanza en el país. Más de dos millones de alumnos
y 2 000 educandos con discapacidad
visual forman parte de esta oleada que entra a los planteles docentes con todas
las garantías de un Estado capaz de priorizar la formación de valores y el
derecho a la instrucción de todo el pueblo.
Cuba defiende su futuro de soberanía e independencia al
invertir, cada año, una importante cifra del presupuesto estatal en la
adquisición de los recursos indispensables para la confección de los uniformes,
materiales escolares, reparación y mantenimiento de escuelas, así como la
preparación y formación del personal docente y la importación de tecnologías de
informática y comunicación que implica duplicar los gastos debido al genocida
bloqueo impuesto por el gobierno de Estados Unidos hace más de medio siglo.
Si pusiéramos ejemplos de la magnitud del curso escolar
no es lo grandioso que resulta, indispensable reconocer que existen escuelas
(hogares) donde un solo alumno _obtiene este beneficio del Estado cubano_, por
causas relacionadas con discapacidades físicas o patologías que les impiden
asistir a la escuelas.
Debo hacer referencia a los niños que se encuentran en
los hospitales oncológicos de todo el país, como una muestra de los esfuerzos
por mantener la esperanza no solo en la búsqueda de soluciones que permitan
aumentar las perspectivas de vida de estos pacientes, sino que allí también
llega la luz de ese farol que se encendió para siempre cuando el Ejército
Rebelde dio la clarinada del Primero de Enero de 1959, cuando tiempo después
otros miles de adolescentes y jóvenes cubanos llevaron el farol y cartilla para
alfabetizar y se extendió por toda Latinoamérica esa alborada que hoy comparten
otros pueblos del llamado Tercer Mundo, con el método cubano de enseñanza “Yo
sí puedo.
Cada mes de Septiembre se abren nuevas puertas para la
vida y en la Mayor de las Antillas, los sueños _ a los que aspiran millones de
personas en todo el mundo_, dejan de ser quimera para convertirse en una
perpetua y martiana realidad.