De los
extremos del mundo llegan y se exponen sendos acontecimientos que bifurcan la
decisión a seguir por el comandante del ejército de Estados Unidos, el señor
Barack Obama. Por una parte, la situación generada por los servicios de
inteligencia estadounidense y de sus aliados en Ucrania, no dejan margen a
ningún tipo de acción contra Rusia, ni siquiera la amenaza de aplicar sanciones
sin que la respuesta de Moscú –planteada desde el principio- demuestra que
tiene la sartén por el mango y el invierno, por ejemplo, podría ser muy duro
para los aliados europeos de Washington si fueron excluidos del suministro del
gas ruso.
La anexión
de Crimea a la Federación rusa, por decisión propia, deja a la OTAN fuera de
sus planes para basificar el Mar Negro y controlar a su principal enemigo en el
Kremlin. La pretendida amenaza del escudo antimisiles y el despliegue de estas
armas contra Rusia, ya hizo reír al presidente Putin, ante la sugerencia de un
reportero. Tanto los norteamericanos como sus aliados saben que cualquier
acción combativa contra los rusos no dejaría margen a la respuesta de Moscú. Un
ejemplo reciente fue la presencia de dos aviones Su-24 (Sukhoi S-24 Fencer), muy cerca de un buque de guerra
estadounidense “patrullando” en aguas internacionales del Mar Negro. Demasiado
lejos de casa (Estados Unidos) se encontraba el destructor estadounidense USS Donald
Cook.
El
coronel Steve Warren, un portavoz del Pentágono, expresó (visiblemente
preocupado) que: “es difícil de creer
que dos pilotos rusos decidieran llevar a cabo tal acción por su propia
iniciativa” cuando el avión ruso Sukhoi (S-24 Fencer) hizo 12 pasadas a baja
altitud cerca del USS Donald Cook, a solo un kilómetro del navío y a unos 150
metros de altura durante más de 90 minutos. Según el vocero Warren, otro
segundo avión ruso fue observado mientras volaba a una mayor distancia del
navío que penetró en aguas de Rumania.
La maniobra
advierte que los aviones Su-24, demostraron, claramente, la posición de Moscú.
La acción
obliga a recordar que no pretenden repetir las consecuencias del terrible (y
aún ocultas las verdaderas causas) del incidente que involucró a dos
sumergibles estadounidenses (el USS Memphis y el USS Toledo)en el hundimiento del submarino
nuclear Kursk (dotado de un doble casco
y considerado invencible por los rusos y donde se encontraron restos de un
torpedo norteamericano del tipo MK-48) y estuvo a punto de crear un conflicto
internacional o guerra nuclear, a partir del despegue de aviones estratégicos
rusos con cargas nucleares que se dirigieron a la zona de la tragedia sin
notificación a la OTAN.
Cuando en
marzo del 2000, Vladimir Putin fue elegido presidente de Rusia, por primera vez,
dejó claro el propósito de restablecer el orgullo de la nación y colocarse en
la posición de potencia mundial. Lo primero fue el desfile de la flota (cuatro
meses después) el acontecimiento más importante desde la caída de la Unión
Soviética, para demostrar que la armada rusa no tenía rival en el mundo.
Sin embargo,
no pasaron muchos días para la tragedia en el mar de Barents, situado en el
extremo norte de Rusia. El Kursk considerado el último de los 10 submarinos nucleares
de ataque de primera clase, era llamado el sumergible del siglo XXI, por sus
características militares técnicas y electrónicas, además del más avanzado del
planeta. Fue llamado por los estadounidenses “asesino de portaviones”.
Con un
tamaño de campo de futbol y la altura de un edificio de 8 pisos, ninguno otro
navío sumergible de las fuerzas occidentales podía comparársele. Disponía de 24
misiles de granito con cabezas nucleares multidireccionales y un sistema
automático de dirección. Cada misil tenía una potencia 40 veces superior a la
bomba lanzada por Estados Unidos en Hiroshima. El 11 de agosto de 2000, lanzó
uno de estos misiles de granito con éxito.
Estaba
equipado, además, por un torpedo llamado skall (dos toneladas, cada unidad, y
equipado con cabeza nuclear). El torpedo podía desplazarse a más de 512 kilómetros
por hora (250 nudos bajo el agua) y los rusos seguían mejorándolo.
Edmond Pope,
oficial retirado de la marina estadounidense quien fuera detenido, por
espionaje, 8 días después de la
investidura de Putin, tenía una relación directa con el caso del torpedo y el
hundimiento del Kursk.
Esta vez, la
presencia de los Su-24, fue más que un recordatorio.
Del otro
lado del mundo: en Sudamérica, los ataques mediáticos contra Venezuela, llevan
al jefe del Comando Sur de Estados Unidos, el general John Kelly, quien –pendiente
del diálogo entre el gobierno del Presidente Nicolás Maduro y la oposición de
la oligarquía local- se pronuncia preocupado por la “grave situación económica
del país" considerado enemigo de la Casa Blanca.
¿Qué le
importa al jefe del Comando Sur, los asuntos internos de un país soberano?
Por
supuesto, que tal declaración no deja dudas ante la ambigüedad de sus palabras:
“Mi
preocupación probablemente es (por la situación) económica”, dijo el general
Kelly en un evento de la Universidad de Miami en esta ciudad de Florida
(sureste de Estados Unidos).
Por
supuesto, las circunstancias han cambiado. El señor Barack, debe estar muy
preocupado en dar una solución forzada a los conflictos generados por los
servicios de inteligencia de su país, tanto en Ucrania como en Venezuela. La
proyección del Jefe del Comando Sur, es (mediática y militarmente) avanzada e inapropiada. Diría más bien,
fuera de lugar y hasta quizás demasiado evidente de las intenciones
intervencionistas de su país.
Recordar, en
este análisis, la tragedia del Kursk no es casual. Cualquier posición de fuerza
asumida por Washington sería el condicionante para desatar un conflicto de
impredecibles consecuencias. Los rusos no aceptarán una nueva vulnerabilidad.
El gobierno y el pueblo bolivariano de Venezuela, no aceptarán una intervención
norteamericana, ni de sus aliados en la región.