Claudia Rodríguez León
Fotos tomadas de la Internet
“Si no creyera en la locura/ de la garganta del
sinsonte/ si no creyera que en el monte/ se esconde el trino y la pavura”. (La Maza, Silvio Rodríguez
Sumario: resulta difícil escribir una nota por el Día de los niños. En realidad me llega un mundo de imágenes que pujan por salir entre las primeras.
Siempre me resulta difícil
escribir una nota por el Día de los niños. En realidad me llega un mundo de
imágenes que pujan por salir entre las primeras. Muchas de ellas ni siquiera
las viví, pero hoy, de manera especial, quisiera hablar de algunas de ellas. En
particular del “bombardeo de juguetes” realizado sobre las zonas montañosas de
Cuba cuando la Revolución apenas iniciaba este largo camino que ha garantizado
a generaciones de cubanos su participación en la construcción del futuro de una
patria para todos.
Aquel “bombardeo” fue un
verdadero desafío a la imaginación de los pequeños que vieron llegar juguetes
en sus paracaídas, una gigante piñata que se extendió a las zonas montañosas de
nuestra Isla y donde la miseria y la muerte _como única suerte para los
olvidados de la Cuba seudorepublicana_, se disputaban las vidas tempranas de
quienes no podían llegar a los hospitales sino era desbrozando montes o sobre
los ríos.
Después fueron casi niños
los que protagonizaron una de las más grandes campañas por el bien de todos a
escala mundial: la alfabetización de millones de personas en un tiempo
heroicamente corto.
Es difícil escribir estas
líneas, sobre todo para quienes vivimos, cada mañana, el privilegio de verles
hacer florecer las calles mientras se dirigen a sus escuelas, de la mano de sus
padres, de sus abuelos o abuelas, haciendo un montón de preguntas, descubriendo
todo lo bello que tiene el mundo de esperanzas y libertades que legaron los
próceres de la Patria y los que aún, desde el encierro injusto _me refiero en
especial a nuestros Cinco Héroes_ continúan la batalla en las cárceles del
imperio para evitar que otros no puedan cumplir sus sueños debido a las
acciones terroristas que cegaron sus vidas por orden del imperio norteamericano.
No me hubiera atrevido, por
vez primera, a esta crónica sino recordara mi pregunta a por qué la bota del
monumento al Che, frente a la sede del Partido en Santa Clara, tiene un color
de sol, casi bruñido el metal que contrasta con el resto de la épica y
legendaria figura del eterno guerrillero que nos inspira en la tradición de sus
pequeñas voces que también fueron nuestras: “Seremos como el Che”.
La respuesta la observé una
mañana. Cada niño o niña que pasaba acariciaba con su manito en un gesto de
saludo al Comandante Guevara. Este hecho aún me estremece al recordarlo.
Otros me resultan
imprescindibles no olvidar, sobre todo porque no olvido a quienes expusieron
sus vidas durante el salvaje ataque terrorista contra el Circulo Infantil Le
Van Tan, en Marianao, mucho menos la primera vez que fui a la Sala Oncológica
del hospital pediátrico William Soler, de la capital cubana. Allí, en plena
avenida, una valla explica muchas razones en pocas palabras: “No hay nada más
importante que la sonrisa de un niño”.
Es por eso que resulta
difícil escribir por el Día de los niños y prescindir de lo que marcó nuestra
propia infancia, del por qué luchamos para evitar, en nuestra Patria, las
imágenes de niños destrozados por la metralla imperialista, privados para
siempre de su derecho a vivir, solo a vivir, una vida, la única que tenemos,
pero digna y con decoro.
Antes, pienso en que las
coloqué de un tirón estas letras. Pensé en la Edad de Oro, de José Martí, en la
grandeza de sus cuadernos martianos, en un Fidel que nunca tuvo más grandes sus
grados de Comandante en Jefe, que en los momentos que su risa se fundía en el
abrazo de los niños en los Palacios de Pioneros de Cuba.
Sé que resulta difícil
escribir estas letras, porque tantas imágenes de felicidad no pueden describir
toda la historia de un país que decidió, para sus hijos, un país independiente
y en el cual todos tengan derecho a cultivar sus propios sueños en nombre del
futuro.
Esta canción, La maza, de Silvio, es un canto que dice mucho de lo que apenas pude escribir con mis palabras.
de la garganta del sinsonte
si no creyera que en el monte
se esconde el trino y la pavura.
Si no creyera en la balanza
en la razón del equilibrio
si no creyera en el delirio
si no creyera en la esperanza.
Si no creyera en lo que agencio
si no creyera en mi camino
si no creyera en mi sonido
si no creyera en mi silencio.
que cosa fuera
que cosa fuera la maza sin cantera
un amasijo hecho de cuerdas y tendones
un revoltijo de carne con madera
un instrumento sin mejores resplandores
que lucecitas montadas para escena
que cosa fuera -corazon- que cosa fuera
que cosa fuera la maza sin cantera
un testaferro del traidor de los aplausos
un servidor de pasado en copa nueva
un eternizador de dioses del ocaso
jubilo hervido con trapo y lentejuela
que cosa fuera -corazon- que cosa fuera
que cosa fuera la maza sin cantera
que cosa fuera -corazon- que cosa fuera
que cosa fuera la maza sin cantera.
Si no creyera en lo mas duro
si no creyera en el deseo
si no creyera en lo que creo
si no ceyera en algo puro.
Si no creyera en cada herida
si no creyera en la que ronde
si no creyera en lo que esconde
hacerse hermano de la vida.
Si no creyera en quien me escucha
si no creeyera en lo que duele
si no creyera en lo que queda
si no creyera en lo que lucha.
Que cosa fuera...
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